José Antonio CARIDE
Universidad de Santiago de Compostela
joseantonio.caride@usc.es
RESUMEN AMPLIADO
La experiencia humana es inseparable del valor atribuido al tiempo como una categoría de alcance simbólico y material que afecta a muy diversos aspectos del pensamiento, del conocimiento y la acción social. Un tiempo de tiempos que lo alcanza todo y a todos, como una construcción social y cultural inherente a nuestros particulares modos de ser y estar en el mundo.
El tiempo es, entre muchas otras circunstancias, una condición necesaria para la vida, pero también para proyectarla en diferentes formas de vivir, individual y colectivamente. Somos el tiempo que vivimos, ya que nada ocurre fuera del tiempo y de las fronteras que trazan todos los tiempos posibles. Sin el tiempo, diría Fernando Savater, nos volvemos ininteligibles e inexpresables, aunque con frecuencia contraríen la voluntad humana, acomodándose a formalidades que complican la transición del chronos (el tiempo absoluto y secuenciado) al kairós (el tiempo relativo y oportuno), como magistralmente -hace varias décadas- expresaba Antonio Machado en las palabras de Juan de Mairena, concibiendo la poesía como un diálogo del hombre con el tiempo: “Nuestros relojes no sólo nos miden el tiempo, también fabrican el tiempo, y en lugar de los ritmos naturales y de los ritmos interiores de cada uno, se nos impone la regularidad artificial del monótono e interminable tic tac. Hoy en día nuestras vidas se organizan según el tiempo de los relojes, y aceptamos esa servidumbre crónica, y apenas nos queda tiempo para reflexionar sobre qué es el tiempo y qué sentido queremos darle. El tiempo de la poesía, precisamente, es ese otro tiempo, el de retirarse de la carrera y topar con ámbitos más habitables” (Machado, 1971, pp. 71-72).
Con todo, las reflexiones sobre la naturaleza y el alcance del tiempo han ocupado a las ciencias desde siempre, alentando un diálogo multi e interdisciplinar al que están convocados todos los saberes. También las Ciencias de la Educación y, en particular, la Pedagogía, asumiendo el desafío que supone educar y educarnos a tiempo como un quehacer cívico en el que debe participar toda la sociedad.
Entre el deseo y la necesidad, en el texto que presentamos convergen -a modo de un ensayo- distintas lecturas acerca del tiempo, sembradas de metáforas y paradojas, con dos objetivos principales, con la que damos continuidad a trabajos previos (Caride, 2012 y 2018; Caride y Gradaílle, 2019; entre otros): a) identificar e integrar un amplio conjunto de miradas epistemológicas, teórico-conceptuales, metodológicas y empíricas a las que se remiten los estudios sobre el tiempo; b) afirmar y reivindicar la importancia del tiempo en la investigación educativa y social, en las políticas educativas y en la vida cotidiana de la gente, proyectando sus logros en concepciones y prácticas que extiendan los aprendizajes a todo el ciclo vital.
Asumiendo que el tiempo educa y nos educamos en él, ponemos énfasis en la necesidad de repensar -pedagógica y socialmente- sus significados en una sociedad abierta las 24 horas. La complejidad subyacente a los procesos de cambio y transformación social, cultural, tecnológica, económica, etc. de la globalización, nos sitúa ante el reto que supone imaginar una educación sin límites espaciales y temporales. También obliga a ampliar sus horizontes como un derecho al servicio de los pueblos y del planeta. Así se declara en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y en la Agenda 2030, cuyos marcos de acción pretenden garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad, promoviendo oportunidades de aprendizaje permanente para todos (UNESCO, 2016). Sin embargo, distanciándose de estos propósitos, en sus metas, enfoques estratégicos, medios de aplicación e indicadores, el tiempo -a diferencia de lo que sucede con el espacio y la comunicación- continúa ausente. Las alarmas y adversidades provocadas por la pandemia de la covid-19 obligan a que el tiempo -sin excusas- nos inquiete intelectual y emocionalmente, como una dimensión básica de la vida humana y del devenir del cosmos. Todas las educaciones deben contribuir a ello decisivamente.